18/4/09

El efecto Obama, por Manuel Castells

En menos de tres meses el clima de crispación ha dado paso a un espíritu de diálogo y conducción conjunta de los problemas mundiales

Poco a poco una serie de decisiones y gestos de Obama están configurando un nuevo ambiente en la esfera internacional. La autorización de viajes familiares y envío de remesas de EE. UU. a Cuba marca el inicio de un proceso de diálogo que podría facilitar la transición democrática en Cuba. No es sólo simbólico. Las remesas pueden llegar a constituir una importante fuente de divisas con un beneficio mayor que el levantamiento del embargo a Cuba, aunque también esto tenga que llegar. Este cambio de política hacia Cuba se inscribe en una secuencia de tomas de posición que buscan la distensión, el diálogo y la implantación del multilateralismo en la gestión de un mundo interdependiente.

La retirada gradual de Iraq está en proceso, aun con la prudencia requerida para desactivar una guerra civil religiosa en la que podrían medrar los restos de Al Qaeda. Nunca hubo guerra más absurda. Pero precisamente por eso la desestabilización creada por la invasión tiene que ser reparada en profundidad. Entre tanto, en Afganistán se han reforzado los talibanes y Al Qaeda se ha hecho fuerte en las montañas de Pakistán. De ahí la prioridad dada por Obama a retomar el control de Afganistán y a organizar la búsqueda y captura de la cúpula de Al Qaeda que Bush dejó escapar (¿por qué?) de las cuevas de Tora Bora en diciembre del 2001. La estrategia de Obama, sin embargo, es distinta. No trata de conquistar Afganistán ni de construir una democracia ficticia, sino de negociar con unos talibanes, derrotar a los otros y obligar a Karzai a pactar con los caudillos guerrilleros que controlan sus regiones para repartirse el poder (y el negocio de la droga) a condición de que aíslen y destruyan Al Qaeda y respeten algunos derechos, como los de la mujer. Obama intenta comprometer a la comunidad internacional en la pacificación y reconstrucción de Afganistán, con un objetivo de interés común como es el de eliminar el peligro que representa una zona franca para Al Qaeda. Y trata de estabilizar Pakistán antes de que el ala islamista del ejército y el servicio de inteligencia puedan dar un golpe de imprevisibles consecuencias: India no podría tolerarlo.

Un principio de mano tendida hacia Irán puede desactivar la estrategia de la tensión que llevó a Ahmadineyad al poder. Fuentes iraníes me sugieren que el ayatolá supremo, Jamenei, no vería con malos ojos una mejora de las relaciones con el oeste y defenestrar a Ahmadineyad en beneficio de los reformistas de Jatami, que podrían negociar la supervisión del programa nuclear a cambio de garantías sobre la seguridad de Irán y un paquete de ayudas. Pero para que esta operación sea pensable, Estados Unidos tenía que cambiar el tono de la relación.

La relación al mundo musulmán tiene que cambiar antes de que se realice el proyecto de Al Qaeda de provocar un tal nivel de odio mutuo que lleve a las masas populares a refugiarse en el fundamentalismo. De ahí la importancia estratégica de Turquía en la visión de Obama y su apoyo a la Alianza de Civilizaciones de Erdogan y Zapatero. El ejemplo de Turquía, país islamista, democrático y europeo a la vez es el punto de apoyo de una nueva relación que conecte con los musulmanes por otras vías que las de sus corruptos y antidemocráticos gobiernos prooccidentales.

Pero tal vez el proyecto más ambicioso de Obama es el avanzar decisivamente hacia el desarme nuclear y la no proliferación. Para ello tenía que empezar con la normalización de relaciones con Rusia, abortando la reactivación de un clima de guerra fría conducida por Cheney y los neoconservadores, fuente de provocaciones tan graves como el ataque de Georgia a Osetia o el despliegue de misiles en Europa del Este.

No será fácil la negociación con Rusia, en plena restauración de orgullo nacional-militar, pero está en curso. El proyecto es calmar los temores de polacos y bálticos mediante garantías de seguridad multilaterales, al tiempo que se reparan los canales de comunicación con la nueva Rusia reconstruida en torno a un Estado fuerte.

Perduran situaciones complicadas, como la de Corea del Norte, que busca en la venta clandestina de tecnología avanzada, apoyada en demostraciones de su capacidad militar, una salida a su crisis económica. Aquí, Obama está negociando con China, sin cuyo apoyo Corea del Norte no se atrevería a tanto. Y sigue el intratable conflicto entre Israel y Palestina, donde se pondrá a prueba la capacidad de Obama de influenciar a los israelíes sin enfadar al poderoso lobby proisraelí que tiene en su Administración. Para avanzar en esto, Hizbulah y Hamas han de entrar en la negociación y aquí el factor decisivo es la apertura de diálogo con Irán, la madre de todos los movimientos chiíes.

Pero el cambio de tercio en política internacional va más allá de intervenciones aisladas en distintos focos de conflicto. Es un clima de multilateralismo real que se evidenció en la reunión del G-20 y que ha restablecido las relaciones entre Estados Unidos y Europa, esenciales para afirmar la necesidad de una gestión política de la globalización y de los problemas que enfrenta la humanidad, con el cambio climático en primer plano. En menos de tres meses, el clima de crispación y violencia que surgió como reacción al 11-S ha dejado paso a un espíritu de diálogo inteligente y conducción conjunta de los problemas mundiales, sin por eso bajar la guardia contra el desorden mundial, como muestran la acción contra los piratas en Somalia y los bombardeos contra Al Qaeda en Pakistán. Se ha empezado por gestos simbólicos (incluyendo Guantánamo), pero los símbolos cuentan porque influyen en nuestra mente, como la “guerra contra el terror” lo hizo en sentido contrario. En medio de una crisis económica estructural y de un mundo de odios fanáticos, terrorismo y contraterrorismo de Estado, se ha abierto una ventana de esperanza que podría detener nuestra autodestrucción al borde del abismo al que habíamos llegado.

Fuente: Diario La Vanguardia
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